Cuando corres en solitario, sin más compañía que la de tus pasos, tu respiración o ese corazón que no deja de latir aunque le fuerces, la mente se apodera de ti por completo. Te dirige, te manda y ordena. No te da tregua. Si quiere que corras, corres; si quiere que pares, al final paras. Sólo ella es la responsable de que sean más o menos los kilómetros que haces.

Comentarios

Por si te interesa...

Padre Nuestro en Hebreo

Cinco maneras de organizar un libro de poemas.

Diario de un Estoico II. La posibilidad de lo imposible. Semana 25

Diario de un Estoico II. La posibilidad de lo imposible. Semana 26

Diario de un Estoico II. La posibilidad de lo imposible. Semana 27