Ayer asistí a una de esas conversaciones que, por su contenido, se pueden incluir en el baúl de las reliquias.
Las conversaciones, normalmente, suelen ser trascendentales, ingeniosas, importantes, tontas, absurdas o, por el contrario, ajenas al momento... Por eso, gracias a los dioses, están esas conversaciones que no se escuchan habitualmente, pero que muy de vez en cuando tienes el honor de poderlas repescar entre los tuyos.
Si las conversaciones pudieran elegirse ¿cuánto tiempo podríamos recuperar para cosas importantes? Y si pudieran comprarse, por su interés histórico, ésta -la que contaré, usurpando la confidencialidad de los hechos- , de seguro, ocuparía un buen lugar en cualquier subasta que se precie. En mi generación no tenemos, por desgracia, conversaciones así, de las de antes, diálogos que no van más allá de la 'perra' y el fruto, de la viña y el arado, del trillo y el clima que no nos deja. Es verdad que a lo mejor no tienen excesiva profundidad pero por eso tampoco tienen maldad. Son diálogos que ni siquiera dejan suscitar cualquier atisbo de interés material, aunque pudiera parecerlo. Son conversaciones de pueblo, de esas que sólo se encuentran en esquinas cercanas a las eras, o en la barra de Alejo; nunca en estas esquinas cercanas a dónde estoy - barrio de Salamanca- o habitamos en nuestra jornada laboral - mundo casi siempre cruel-. Sé que muchos pagarían por encontrarse con conversaciones así, de verdad, y no es de cachondeo.
Tras una jornada llena de problemas, tensiones, subidas y bajadas de la bolsa, atento a si las obras van mejor o peor, a las 'bajas' que presentan algunas empresas y que significan un disparate en el mercado -o nos engañaban antes-, a si la corbata queda bien o mal, a mis tecnologías o rutas escolares, a si mañana encuentro esos gemelos que no destaquen ni más ni menos con la camisa, o las obras que visitaré cómo estarán o la carrera que por fin daré después o o o ... Ufff! Pués yo, que vivo en este mundo a veces infernal -que es como lo queremos hacer- tengo la suerte de haber nacido en una familia humilde, de esas de pueblo - a mucha honra- que guarda todavía -por bien de nuestros hijos- la cultura pueblerina porque les place, gusta y enriquece. Vengo de se ambiente agrícola de 'linde' y casi boina -sin el casi- que a mí, personalmente, me enamora y atrapa por su humildad y sencillez, y que de vez en cuando se asiste a diálogos tan importantes y trascendentes como éste.
En la conversación que menciono daba la casualidad que asistíamos cuatro personas de tres generaciones familiares (algo ya, de por sí, histórico... ¿quién da más?). Mi querido abuelo y yo -al que visitaba con la emoción de ver, un día más, a una de las personas que más quiero-, ajenos pero atentos, cada uno en su mundo - joder qué diferente-, y mi tío Clemente (padre del Clemente Jr. del que tanto hablo por aquí) y mi padre (hermano de éste y padre mío al que, por cierto, quiero como al que más) que envueltos en lo suyo - y para ellos más importante- un domingo - ayer- a las 12 h. junto a un vino blanco de Teatinos (la leche!, no digo más) y un jamón estupendo - a esas horas, extraordinario- nos deleitaron con esta conversación trascendental dónde las halla:
- Voy a arrancar las olivas.
- ¿Sí?
- Sí, ya he probado y parece fácil.
- Yo lo estoy pensando, no merece la pena.
- Hay que sacarlas por cepa, enteras no hay quién pueda.
- Claro y luego ir troceando.
- Así es, pero si lo haces ándate con cuidado.
- ¿Por qué?
- Porque tienes que ajustar de primeras mucho.
- ¿El qué?
- El precio.
- Na, si eso son cuatro perras....
- Sí, cuatro perras pero si no o ajustas creen que te toman el pelo....
- Pero si eso es tirar y ya está...
- No, hay que tirar, que se parta cada cepa y luego es más fácil cortarlas...
- ¿Tu ya lo has hecho?
- Sí, he hecho 10 para probar, pero el problema es ajustar el precio...
- Y eso?
- Sí, de verdad, todos dicen que saben y luego llegan allí y no tienen ni idea...
- Tampoco es tan difícil...
- Difícil no es sabiendo, pero son muy cucos, te dicen te cobran por horas y luego se tiran tres -porque no saben- con cada oliva...
- ¡Quién te lo ha hecho?
- Se lo dí cerrado al M por 15 euros oliva pensando iba a estar tres horas.
- Sí, está en precio por hora...
- Ya, pero llegó allí con un serrucho y lo que iban a ser tres se tiró cinco, me daban ideas de cogerlo yo y enseñarle...
- Si es que dicen que saben y no tienen ni idea... van a sacar el dinero y ya está!
- Por eso lo tengo claro, la próxima vez cobra por unidad, por oliva...
- ¿A cuanto?
- A 500 pesetas la oliva. Es mejor así, se lo dices en pesetas, así les parece un dineral y se quedan tan a gusto...
- Me parece bien -introduzco mi opinión - y que el hombre se tire lo que le plazca cortando cada olivo, el tiempo que necesite. Como si se va a dar una vuelta y vuelve.
(Evidentemente no me hacen ni caso, es una gilipollez)
- ¿Y aceptan?
- No te digo que sí. Por eso si tu lo vas a hacer ya sabes cómo debes...
- Sí, es mejor así... porque hacerlo nosotros es demasiado.
- Es una paliza, yo me voy a quedar con las nuevas y el resto van fuera, no merece la pena...
- ¿500 pesetas por olivo son...? Bien, que se tiren lo que sea, hablar de euros es un error...
- Te lo digo yo...
¿Tontería? No, para ellos importantísimo. Todo un placer dominical. Sano, agrícola y como nuevo. ¿Para qué más? ¿Sabe alguién lo que cuesta trabajar, mantener, cuidar, dar de comer, un olivo? Ni se lo imaginan. ¿Para qué? En este país para . Eso sí, pijo, vacilamos de aceite. Yo tomo ese aceite cada mañana, con unas rebanadas de pan que son las que me dan energía para meterme en el mundo en el que vivimos la mayoría. Es aceite de Minaya del que muchos gustarían pero... faltan emprendedores.
Me quedo con este momento y diálogos únicos... Ahí mi abuelo, contemplando a sus hijos; ahí yo, contemplando a mis padres... ¿Quién da más? Un vino mejor... podría ser! Otro día, seguro. Hoy el vino a lo mejor fue excelente, más caro por supuesto, pero la profundidad de la conversación ni se acercó a la del domingo.

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