Randy Pausch... una lección que merece la pena aprender.


Lo descubrí por casualidad, como casi todo lo importante en la vida. Escuché su lección, como aquel que escucha lo que sabe pero obvia saber. Merece la pena escuchar y reflexionar sobre sus consejos. Merece la pena parar, detenerse en el instante mismo en el que nos olvidamos que lo importante está más cerca de lo que parece.
Sus consejos son tan claros como conocidos. No esconden, seguro, nada que algunos no sepamos. La diferencia: él nos deja, nosotros podemos todavía.

-La experiencia es la compensación que te da la vida cuando no consigues lo que quieres.
-Es mejor protagonizar un fracaso espectacular que hacer algo mediocre.
-Los muros con los que te topas en la vida tienen su razón de ser: están ahí para que demostremos que queremos cumplir nuestros sueños.
-No puedes cambiar las cartas que te tocan en la vida, pero sí cómo jugar tu mano.
-Me interesan más las personas serias que las modernas. La modernidad es perecedera, pero la seriedad es perenne.
-Nadie es malo del todo. Si esperas suficiente tiempo, todo el mundo acabará sorprendiéndote para bien.
-Si tus hijos te dicen que quieren pintar las paredes de su cuarto, sólo te pido un favor: déjales.
-No te quejes: mejor, trabaja más.

Transcribo aquí el artículo que Gonzalo Suárez escribe en La Razón contando, en resumen, la historia de Randy. Una historia que no sería tal si no hubiera tenido la valentía de contar y enfrentarse a su enfermedad terminal para beneficio del resto. Merece la pena leer su libro, merece la pena escuchar sus conferencias, merece la pena este artículo, merece la pena detenerse un instante, pensar, aprender la lección y cambiar...

"Hace un año, 400 personas asistieron al último discurso de un hombre condenado a muerte. Todos los presentes sabían que Randy Pausch padecía un cáncer de páncreas que le mandaría al cementerio en menos de un año. Lo que no se imaginaban era que los siguientes setenta minutos iban a cambiar sus vidas. Y que, de paso, se convertirían en testigos directos del nacimiento de un fenómeno sociocultural que daría la vuelta al mundo.
Nada más saltar al escenario, Pausch proyectó radiografías de los diez tumores que estaban devorando sus entrañas y confirmó que sólo le quedaban unos meses de vida. Luego se tiró al suelo y se puso a hacer flexiones con un solo brazo, al más puro estilo Rocky. «Si alguien quiere apiadarse de mí, que suba al estrado y haga unas cuantas de éstas», proclamó al levantarse. Y, ya con el público entregado, anunció el verdadero propósito de la velada: «No voy a hablar de mi cáncer, sino de cómo cumplir tus sueños».

Un nuevo héroe
Entre el público se encontraba Jeffrey Zaslow, un periodista del «Wall Street Journal». Cautivado por lo que escuchó esa noche, colgó en su «blog» un pequeño artículo y varios «clips» del discurso. Fue el detonante de una revolución: la historia conmovió a miles de internautas, el enlace comenzó a circular y se volvió la comidilla de la red. En cuestión de semanas, Pausch se había convertido en el héroe de millones de estadounidenses. Un año después, la epidemia ha alcanzado dimensiones globales. Más de veinte millones de personas ya han visto la conferencia por internet. El libro que amplía sus reflexiones se ha traducido a 38 idiomas. Y, en España, se ha convertido en la sorpresa editorial del momento: sin apenas promoción, lleva varias semanas en el número dos de las listas de ventas. «Su mensaje de optimismo y de estoicismo ante la adversidad encaja a la perfección con las incertidumbres del momento actual», explica Zaslow, coautor del libro junto a Pausch, que falleció el pasado verano.

Una ficción muy real
Todo comenzó cuando la Universidad Carnegie Mellon de Pittsburg lanzó el ciclo «La última conferencia». La idea era simple: que los mejores profesores del centro condensaran su testamento intelectual en una charla de una hora. Pero nadie podía predecir que, para uno de los oradores, este recurso retórico se convertiría en un ejercicio demasiado real. Porque, semanas antes de que le llegara su turno, a Randy Pausch le diagnosticaron un avanzadísimo cáncer de páncreas, la variante más mortífera de esta enfermedad.
La noticia saboteó la idílica existencia de este hiperactivo catedrático de informática. A sus 47 años, estaba felizmente casado y tenía tres hijos menores de seis años: Dylan, Logan y Chloe. De ahí que su instinto fuese cancelar la conferencia y pasar con su familia los meses que le quedaban de vida. «Pero no tardó en cambiar de idea», explica Zaslow. «Enseguida se dio cuenta de que la charla sería como un mensaje en una botella a sus hijos. Una forma de explicarles quién era su padre cuando ya hubiesen crecido».
Así llegó el 18 de septiembre de 2007, la fecha de su esperadísima conferencia. El público le recibió con una atronadora ovación, pero él los interrumpió: «Dejad que me gane vuestros aplausos». Todos los presentes estaban esperando una charla sobre la muerte, pero él los sorprendió con una dosis de caballo de optimismo vital típicamente americano. «Los muros con los que te topas en la vida tienen su razón de ser», repitió una y otra vez. «Están ahí para que demostremos si realmente queremos cumplir nuestros sueños».

En la conferencia, Pausch explicó cómo había convertido en realidad todas y cada una de sus quimeras infantiles. Con inagotable tenacidad, había logrado trabajar para Disney, convertirse en experto en realidad virtual, escribir un artículo para su enciclopedia predilecta y experimentar la gravedad cero en un aparato de la Nasa. Y resumió todo lo aprendido en sus 47 años de vida en una escueta lista de consejos: jamás te quejes, sé agradecido, confía en el prójimo, di la verdad y, sobre todo, no te rindas jamás.

El hombre más vivo
Los setenta minutos de charla fueron una montaña rusa de emociones. Las gracietas se mezclaron con las reflexiones filosóficas; el sentimentalismo, con el humor más negro que uno puede imaginar. Y, con su asombrosa falta de autocompasión, Pausch consiguió su objetivo: que los 400 destinatarios de su conferencia se replanteasen sus prioridades vitales. «La gente se esperaba un tipo frágil y deprimido, pero se topó con alguien lleno de entusiasmo», recuerda Zaslow. «Es curioso: pese a sus diez tumores, estaba claro que él era la persona más viva de todo el auditorio».
Tras acabar su charla, Pausch volvió a su casa dispuesto a exprimir cada minuto que le concediese su enfermedad. Su único propósito en la vida era llenar los cerebros de sus hijos de recuerdos imborrables: por eso los llevó a la playa, a Disney World, a nadar con delfines? Lo que no esperaba es que su charla le convertiría en objeto de un insólito culto a la personalidad: cada día, recibía cientos de mensajes de agradecimiento de personas cuyas vidas habían cambiado radicalmente tras escuchar su conferencia.

De inmediato, aparecieron miles de páginas de homenaje en la red. Decenas de voluntarios tradujeron la charla a todos los idiomas imaginables. La revista «Time» le nombró una de las cien personas más influyentes del mundo. Y, por supuesto, Hollywood comenzó a avasallarle con decenas de proyectos. Pero Pausch rechazó todas las propuestas: quería dedicar todo su tiempo a sus hijos. Sólo aceptó escribir un libro con Zaslow, el hombre que le había lanzado a la fama, tras idear una forma de aprovechar el único momento libre de su rutina. «Sus médicos le dijeron que montara en bici todos los días, así que instalamos un manos libres en su casco y usamos estos ratos para charlar», recuerda.

Los tres lectores
El resultado de estas 53 horas de conversaciones es «La última lección», un libro que está arrasando en medio planeta. Quizás su éxito se deba a que no es el típico volumen de autoayuda de alguien que redescubre la vida tras una grave enfermedad. Pausch, en cambio, se sabía al borde de la tumba pero, aun así, fue capaz de lanzar un mensaje de inabarcable optimismo. Y, además, no tenía ningún interés en que su obra triunfase en las librerías. «Sólo me interesan las tres primeras copias de la obra: las que leerán Dylan, Logan y Chloe cuando sean mayores», solía decir.
Tras culminar su libro, lo inevitable ocurrió el pasado 25 de julio, cuando Pausch falleció rodeado de toda su familia. Y Zaslow, como tantos estadounidenses, se sorprendió llorando por el hombre agonizante que le había enseñado a vivir. «Randy era una persona normal en un mundo en el que las emociones suelen ser prefabricadas», reflexiona. «Simplemente, se puso ante un grupo de personas y habló desde el corazón. Fue un acto de amor a su familia con el que todos podemos identificarnos."

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