Te enconges
miras de reojo
y buscas en la profundidad
de tu aliento
cada una de las sensaciones
del producto de tu miedo.

Sientes frío,
ese frío que empaña
las pupilas de tus ojos
y te vuelve débilmente
superable.

No comprendes el momento
demasiado silencio
nada ni nadie
simplemente tu nombre.

Comentarios

Por si te interesa...

Padre Nuestro en Hebreo

Cinco maneras de organizar un libro de poemas.

Diario de un Estoico II. La posibilidad de lo imposible. Semana 30