19.11.2017... Entre libros...

Sé que hoy, según mi tradición natural, debía escribir sobre lo que algunos pueden llegar a entender como éxito y otros como fracaso; lo que lo es para unos, otros y sus diferencias. Pero he decidido no hacerlo. 

Simplemente creo que dar un descanso mental a eso del ‘liderazgo’, en esta semana, me proporcionará, también, algún punto de vista algo menos pasional. Así que, aunque algunos lo estuvieran esperando, hoy no toca.

Me he dado cuenta, en esta tarde poco concurrida de pensamientos del absurdo, que escribiendo me voy haciendo mayor pero también me voy haciendo como persona.

Cada día escribo peor, la razón no es otra que cada día acumulo más y más que escribir y menos y menos tiempo de hacerlo. Por eso voy olvidando las comas y los acentos, alguna que otra palabra o pensamiento, en frases que solo pueden ser leídas por mi para llenarse de sentido.



A veces no tiene importancia pero otras, cuando releo lo escrito, me asombro yo mismo de las estupideces o de la falta de sentido de lo escrito. Pero cada día es más y más, como si el tiempo no me permitiera dejar recogido todo lo que quisiera dejar.

El ansia por escribir me va unido al ansia por leer. Tanto es así que son varios los libros que me vienen acompañando en las últimas semanas, además de los que se amontonan en la sala de espera, yendo de uno a otro dependiendo del momento y cada vez con más necesidad de encontrar la piedra filosofal entre sus páginas. Por cierto, de todos ellos, les recomiendo  uno: 'Empiezo a creer que es mentira' de Carlos Mayoral. Inmenso.

¿Qué sería yo sin mis libros o cuadernos? Nada. ¿Qué sería sin esos montones, ya apilados en los suelos de mis rincones, como columnas al cielo? Eco.

A veces me pregunto para qué acumulo tanto libro, tanto papel impreso.

Otras veces, simplemente, me paseo, como en esta tarde, entre esos rincones,  dejándome impregnar de su olor. Me siento en el suelo. Me dejo enterrar por esas toneladas de papel.

Si algo le debo a mi padre, entre muchas más cosas, es la de haberme acostumbrado, desde muy pequeño, a visitar, esos puestos que todavía perduran, todos los domingos, hiciese calor o frío, de arriba abajo en la Cuesta de Moyano. No he encontrado un lugar más maravilloso.

Prácticamente no llegaba a aquellos tablones de madera repletos de libros viejos o nuevos. Cada domingo conseguía algo nuevo: primero unos cuentos, pero luego iban siendo libros. Siempre quería los más gruesos. Aquella costumbre dejó de serlo para convertirse en esencia de mi vivir. Comprar libros, acariciarlos, leerlos, es una parte intrínseca de mi.

Ahora, de vez en cuando, mientras voy hacia el tren, paseo por entre esos puestos, por los que quedan abiertos, rebuscando algún que otro tesoro.

Ahora busco y rebusco en las ferias del libro antiguo o me dejo llevar, en algún momento, casi a diario, como en una necesidad extrema, entre los pasillos abarrotados de libros de alguna de mis librerías favoritas: Troa de Serrano, Antonio Machado o La Central.

No me veo sin un libro en la mano. No me veo, sea dónde sea, sin los dedos tiznados de ese negro que a veces sueltan las páginas cuando las aprietas con cariño o de la tinta de mis plumas.

Qué maravilla sería, pensaba, poder morir envuelto en libros, en medio de un campo, mi campo, creando con la palabra un vergel poético a donde hacer peregrinar a todos esos jóvenes que deambulan por ahí atrapados en sus móviles o tablets sin remedio existencial.

Parece que leer, o escribir, es algo fuera de las modas actuales. Incluso eso de comprar el periódico, en papel, es de carcas. Los libros son ese lugar donde refugiarnos, ese lugar donde ir para entender el mundo que nos rodea y sentirnos seguros.

Comienzan a aparecer las luces de navidad y con ellas el consumo excesivo. Todo lo humanamente desagradable, más allá de esa felicidad ingenua que muestran los niños, aparece en estas fechas. Es esa época en la que sientes la nostalgia del que no está, época en la que parece nos falta tiempo para gastar y desperdiciar mucho de lo que gastamos, por no decir todo. Esa época en la que olvidamos, todavía más, a los de al lado porque parece que debemos envolvernos en una especie de burbuja de felicidad, la mayoría de las veces ficticia, y no recordar que ahí fuera hace frío para muchos.

Comienza a acercarse el invierno y es una época que invita, todavía más, a refugiarse en los libros. Yo este año no dejaré de hacerlo, como en todas las épocas, estaciones y días de mi vida. Y sí, aprovecharé, entre mis recomendaciones literarias habituales, para hacerlo con la de un libro personal: ‘Silenciando el Camino. Diaforismos 2013/2016’. Un libro poco habitual, pero perfecto para leer en estos días de invierno y no sentirse solo. Un libro distinto porque  obliga a la reflexión y, con ello, también al sueño.

Creo que, una de las mejores formas de encontrarse a uno mismo, además de meditando, es perdiéndose en el silencio con un libro y un cuaderno donde ir anotando todo aquello que se nos ocurre.

Este tema, que estoy escuchando en este preciso momento, además, os puede llenar de energía para terminar este día... entre libros.


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