08.04.2018... Defender a los nuestros!

Sinceramente que me siento frente al cuaderno con ganas de escribir, en un desahogo gutural, mucho más de lo que escribiré. Pero para qué, a veces hay que guardar en los adentros aquello que otros mal pregonan y, más allá del chismorreo que provocan, guardar silencio a la ignorancia que supone el tratar de dañar por dañar. 
El camino, como digo siempre, se hace caminando,  tratando de corregir errores y nunca con rencores y desdichas. Siempre hacia delante y aportando lo que se pueda a los demás, digan lo que digan.
Y al hilo de esta reflexión, he terminado la semana participando en una Jornada, organizada junto a la Diputación Provincial de la Coruña sobre Comunicación Institucional y Política, primera que organizamos desde la fundación sobre este fascinante ámbito que, como podemos comprobar, está cada día más en boca de todos.



Con un elenco extraordinario de expertos en la materia, repasamos, en grandes rasgos, los pros y los contras, los más y sus menos, los errores y aciertos de la comunicación política desde los ayuntamientos y las administraciones,  instituciones locales y provinciales.

La casualidad del evento estuvo marcada por los ejemplos que, en los últimos días, están en boca de todos: la Casa Real y el ya famoso máster de la Presidenta de la Comunidad de Madrid. Ambos ejemplos, desde mi punto de vista, de cómo no se debe actuar en una situación de crisis.

Es realmente curioso cómo los aplausos son efímeros. Van y vienen dependiendo del momento, el lugar o la persona. 

He visto aplaudir a personas y los mismos que lo han hecho, momentos después hacer las críticas más feroces con la misma hasta hundirla. Digo esto por los aplausos eufóricos que ha recibido, por ejemplo, la Presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, mientras asistía a la Convención del Partido Popular en Sevilla.

El solo error es un hecho que socialmente no se perdona. Y ¿quien no comete un error? Quién no haya cometido un error que levante la mano. Por eso, lo fundamental cuando se comete, es reconocerlo y no enquistarse en la defensa de lo indefendible. Tras reconocerlo, como nos ocurre y ocurrirá infinidad de veces en la vida, hay que pasar por el desierto de la culpa y el perdón.

Nadie soy para criticar ni enjuiciar la conducta de los demás ante determinados hechos, tampoco ellos lo son para enjuiciar o presuponer los de los otros. Analizando un poco, desde fuera, el asunto, me resulta todavía más curioso que sean los que piden respeto, apoyo, los que ante presunciones o errores hayan dejado caer a compañeros o amigos. Incluso son los que, en determinadas ocasiones, señalan quién sí o quién no por ser conocido o no de unos u otros.

Este tipo de comportamientos siempre lleva al desastre, a la caída.

Una organización, una empresa, que no defienda lo suyo, desde la base, está abocada al fracaso ya que va dejando heridas abiertas, en sangre, por el camino.

"¿Tenemos que defender a los nuestros?" leí en prensa, de cierta responsable, este fin de semana. Pero la pregunta es ¿quiénes son esos nuestros? ¿Todos o solo algunos de los amigos cercanos? Deberían de ser todos, entiendo.

¿Cuántos por un simple error han tenido que dimitir o ha sido cesados? ¿Cuantos, en esta organización política o en otras, se han caído o se han dejado caer por acusaciones falsas? ¿Cuantos imputados, más tarde desimputados, han perdido su vida y carrera por haber sido dejados de lado?

El error, repito, no está en el hecho. El error está en no reconocerlo.

Del desencuentro público entre las dos Reinas de España no voy a comentar nada más que lo erróneo del hecho público. En todas las familias cuecen habas, por supuesto. Por muy reyes que sean, no dejan de ser personas, lo anormal en pleno siglo XXI es que mantengamos protocolos de reyes frente a vasallos. Lo anormal es que sigamos teniendo reyes en esta España nuestra. 

La elegancia, el liderazgo personal, el sentido de la responsabilidad, siempre está en solucionar los problemas en casa y no exponerlos en público. Cuando algo se pregona, cuando algo se expone en público, siempre se pierde el control sobre los hechos y lo que a lo mejor en un principio parece nos puede valer para hacernos ver, más tarde puede darse la vuelta y generar un conflicto de difícil resolución.

La comunicación en momentos de crisis es esencial. La improvisación siempre lleva al fracaso. Como el no reaccionar a tiempo, tardar en dar la cara, descordinar los mensajes, el no reconocer los errores, no pedir perdón, echar la culpa a los demás o mentir. Son cuestiones básicas que están en todos los protocolos de lo que no hay que hacer cuando nos entramos en crisis, ya sea en organizaciones políticas o empresariales.

Negar la evidencia o minimizar el problema son otros de los errores más comunes que se pueden sumar a lo anterior.

Creo que todo esto da para algún que otro artículo que hoy, por ejemplo, no estoy con ánimo de escribir. Creo que la semana ha sido imparable y ésta próxima, que va a dar comienzo, no lo va a ser menos. 

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