04.11.2016... Los Ilustres.

Hacía tiempo no madrugaba para coger un tren. Lo hice ayer. En este caso me llevaba a Barcelona a primera hora de la mañana, 7.30h. 

Madrugar no es algo que me cueste, aunque sí diré que los años van posándose en mis sueños y prefiero descansar no menos de seis horas, de lo contrario, mi cerebro despierta con ciertas contradicciones que luego me cuesta ajustar. 

Los cuerpos se programan, sin darnos cuenta, sin preverlo y, como es mi caso, puedo acostarme a la hora que sea, más pronto o más tarde, que siempre despierto a la misma. 



Reuniones de trabajo, un almuerzo político/laboral, agradable, amigable, tranquilo;  un gintonic frente al mar con un gran amigo, en ese chiringuito de la Barceloneta en el que siempre se respira una vida libre, y vuelta para Getafe. No cansado, simplemente reflexivo.

Mis viajes en tren son así, reflexivos. Los que me leen habitualmente saben de mi preferencia a la hora de viajar. Creo que el tren me provoca una especie de poética, de tranquilidad y relajación mental que en pocos lugares me ocurre.

Ayer me fijaba en los libros que van leyendo los viajeros, o esos que apoyan en sus mesitas y que no llegan ni siquiera a abrir.  La mayoría novelas, la mayoría libros sobre economía o motivación. En mi caso vuelvo a viajar acompañado de filosofía y poesía.  Para qué perder el tiempo con absurdos o falsos textos. Estoy seguro que nadie en el tren, en ningún vagón, va leyendo un libro de filosofía. ¿A quién le importa algo así? ¿Quién coño lee algo así?

Está claro. Un ser raro, diferente, como yo; alguien que asume y presume que la verdadera sabiduría, la verdadera motivación, el verdadero coaching se encuentra en esos libros escritos por aquellos hombres que dedicaron su vida a pensar, a preguntarse y a responder a esas preguntas trascendentales que nos rodean y que en muchas ocasiones no nos atrevemos a responder. Si buscamos respuestas debemos preguntarnos y para preguntarnos debemos ser valientes ya que la respuesta, posiblemente, no nos guste.

Hoy he tratado de recuperar alguna de esas cosas que las obligaciones absurdas me van haciendo dejar para el final, cuando realmente es eso del final lo que verdaderamente motiva y enriquece. Gracias al impulso, el aliento, la ayuda y esa pasión por el buen hacer de mi amigo César Ruíz, el proyecto poético vinícola #versosdArte, comienza a resurgir. Perdemos el tiempo, o lo dedicamos, en gilipolleces y dejamos lo esencial aparcado y, en ocasiones, olvidado.

Así que hoy, en un entrañable encuentro, volvemos a proyectar la segunda edición de ese poético vino que es #versosdArte. Buscaremos los versos, encontraremos el trago adecuado que vuelva a provocar sentir y vivir instantes poéticos en los que aquel que sienta y se emocione con la poesía lo haga al compás de un trago que rezume versos en el paladar.

El encuentro con César, como siempre, ha sido poético. Poético por el momento, poético por ese rincón que no deja de ser emblemático en Madrid, el Restaurante José Luis, y poético por esas personas, siempre interesantes que le rodean y te permite conocer, sin pensar, sin querer, y que te dejan un sabor que explica verdaderamente la esencia de la vida.

Hoy, en esta breve pero intensa tertulia antes del almuerzo, he conocido personalmente a Miguel Ángel Almodóvar. Digo, recalco, conocido personalmente, amigablemente, porque evidentemente conocía desde la palabra, desde alguno de sus libros y el periodismo en general. Pero más allá del personaje, en estos lugares, rincones de historia y vida, conoces a la persona

Realmente ha sido un placer conversar o, más que eso, escuchar a un verdadero erudito de la historia y la vida de Madrid: Miguel Ángel Almodóvar

Me ha puesto los pelos de punta, dicho sea de paso, cuando ha contado esa simbología masónica existente en algunos de los lugares de la capital como, por ejemplo, el Panteón de los Hombres Ilustres. ¿Quién lo ha visitado?

A veces uno vuelve a casa con la sensación de haber ocupado su tiempo en lo que importa. ¿Qué importa? ¿Qué le importa a cada uno? 

Muchas veces deberíamos de parar por unos instantes y pensar en ello. A lo mejor deambulamos por la vida creyendo que lo que hacemos es lo importante para nosotros. Pero no es cierto. Posiblemente lo que hacemos es lo importante para otros y lo que dejamos de hacer es lo que verdaderamente nos importa a nosotros. Hoy, con sus más y sus menos, he recuperado y tenido algunos de esos momentos que, desde el corazón, merecen la pena.

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