01.11.2016... Estos días de 'difuntos'...

Termina en martes, podríamos decir, este largo fin de semana. Fin de semana que pervierte la semana ya comenzada con una paz poco normal.

Ni es habitual, ni creo sea bueno, para mi actividad ya que, como no puede ser de otra manera, más de cuarenta y ocho horas respirando oxígeno puro, en mi rincón, en mi Minaya, me provoca pensar en no volver nunca más a la capital del reino. Retirarme por aquí a pasear, pensar, escribir y vivir; ganar lo justo, evitar los problemas que te genera el riesgo de estar pisando charcos continuamente. 

El sol me ha llenado de energía en estos días que no han dejado de ser poéticos. Poético es sentir, emocionarte y vivir. Poético es también trabajar muchísimo y llenarte de problemas, como solemos hacer la mayoría. 

Poético es pasear por esos campos, discutir con unos y otros, leer, estudiar, dejar que Kika me saque de quicio, coger una granada del árbol y comer como si no lo hubieras hecho en la vida, ese fruto que te ha dado el pedacito de tierra que tratas de mimar y cuidar: es tu tierra. 



Así he pasado estos días de 'santos' o de 'difuntos'. Estos días en los que los pueblos de España lucen un ambiente entre alegre y tétrico. Alegre porque muchos sólo vuelven en estas fechas, y se encuentran con los vivos, que no ven durante el año, mientras visitan a sus muertos. Tétrico porque en el ambiente está la muerte, está el recuerdo de los que marcharon, están esas visitas a los cementerios para vestir de flores las tumbas de los muertos, de nuestros muertos, esos muertos queridos que se fueron años atrás y de los que el recuerdo esculpe las memorias con esas imágenes de entonces.

No entro a los cementerios más que por obligación, por mostrar el respeto a alguien querido que pierdo. Pero no vuelvo hasta otra despedida. No me gustan los cementerios y no pienso acabar enterrado bajo una de esas grises lápidas, a las que parece algunos están obligados a acudir una vez al año.

El mayor respeto a un muerto es tenerlo siempre en el recuerdo; dejarnos llevar por lo que nos enseñó en vida y buscar su imagen más feliz para quedárnosla siempre en la memoria. Y ese quiero que sea, algún día, mi recuerdo: mis huellas, mis libros, mis palabras, mi olor, mis versos... y mis cenizas en esos campos de los que sin duda brotará siempre vida.

En estos días todos hablan de muerte. La muerte es de lo único que no merece la pena hablar. Todos sabemos que está, pero ninguno queremos tocar.

A la muerte hay que enfrentarse con la vida. Vivir es la mejor forma de dejar de preocuparse por la muerte, como decía el maestro Montaigne.

¿Cómo morir? Viviendo.

He pasado estos días en un descanso, creo, merecido. Las tensiones que vamos pasando en el día a día, al final, sin querer, nos provocan altibajos innecesarios. Mis momentos han sido austeros, felices, reflexivos. Esa salida running por el campo, la breve pero intensa ruta en bici con mi hijo, las comidas familiares entre El Cubillo y Los Manchegos, mis cafés en el Diego.

Todos los días, a eso de las 12 h., he podido sentarme en el centro del patio, escuchar el sonido de las ramas y las hojas de los árboles acariciados por el viento, dejarme bañar de sol mientras pensaba, leía o escribía.

La máxima belleza estaba ahí; la máxima tranquilidad vital me ha acompañado así.

Entre la filosofía de Aristóteles y Montaigne, o esos versos de Ángel González, o las notas de Ludovico Einaudi

¿Qué pasaría si decidiese vivir siempre así? Romper con todo eso que te hace perder vida y dedicarme única y exclusivamente a sacar el máximo partido de cada momento, anotar cada instante, no preocuparme más que por vivir a gusto.

Pero ya estamos aquí, de nuevo. Ya ha terminado lo bueno y damos comienzo a otra semana que, aunque corta, estará llena de objetivos que cumplir y, también, cómo no, ciertos momentos poéticos. Creía no saber vivir de otra manera pero, cuando regreso, me doy cuenta que sí; sí sé vivir del espacio del tiempo, del viento, del caminar en el campo, del anotar lo que voy viviendo mientras vivo.

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