07.01.2016....

Son estos días raros, tan raros que no sabes muy bien si hacer o no hacer. Unos están y otros no; los que están parece que lo están a medias; los que estamos no sabemos cómo estar.

En mi caminar matinal, ese momento del que cada día me siento más feliz y orgulloso, cuatro kilómetros en el fresco amanecer de Madrid, reflexionaba hoy sobre algunas de las experiencias que nos vienen y nos van. 

Uno es culpable de sus actos, pero no puede ser culpable de los actos de los demás. Si así fuera o fuese, todos seríamos culpables de todo, no unos sí y otros no. 


Resulta que,  normal y repetidamente,  el grado de culpabilidad o responsabilidad de unos y de otros no está en lo positivo o negativo, ni en la virtud o el defecto, ni en lo bueno o malo de una gestión o acto determinado.  El grado de culpabilidad es el que dictan, de manera arbitraria, juiciosa o sesgada,  los que siempre se mantienen en el mismo lugar de privilegio, ya sea por grado de consanguinidad o amistad familiar con el que mande en el momento, o por la facilidad a adaptarse camaleónicamente al medio. Casualmente éstos, nunca son ni serán responsables de nada.


Hace poco alguien ponía en entredicho mi profesionalidad, honor y honra por ser amigo de una u otra persona. Lo hacía sin ningún tipo de vergüenza, cosa que por otro lado le honra, a la cara. Mi respuesta fue rotunda: cada uno pone el límite de su amistad dónde cree debe ponerlo, al igual que cada uno es libre de enjuiciar a quién le plazca asumiendo que al hacerlo también debe respetar el juicio que los demás puedan hacer de él.

Vivimos en una sociedad en la que nos hemos acostumbrado a criticar a los demás, juzgar o prejuzgar, culpabilizar y exigir, pero no admitir que el resto nos trate a nosotros del mismo modo. En todo hay líneas y las líneas las marca, actualmente y en un país como el nuestro, las leyes y la justicia. Dentro de la justicia hay personas que juzgan, los jueces y tribunales, y son los responsables de que unos u otros cumplan las penas que los códigos dictan. El resto somos meros cumplidores de la ley y espectadores neutros de lo que ocurra.

Llegado a este punto y hora del día, voy a dedicarme al estudio poético. Feliz noche.

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