12.07.2015... Cambio de tercio... a Minaya.

Llegamos al final de la semana atrapados en el mismo calor del comienzo. Tengo la sensación de que, sin darnos cuenta, a todos nos va afectando de una manera u otra. Es un calor que no descansa, día y noche, y con él vamos acumulando horas cansinas.

Pero puedo decir que he terminado el fin de semana con mejor sensación de lo que preveía. ¿Motivo? Haber sido sensato y medianamente racional por primera vez en mucho tiempo.



El viernes comenzó la Conferencia Política del Partido Popular y asistí. Saludos a algunos amigos asistentes, felicitaciones a otros, falta de muchos. Escuché alguno de los debates (La España Reformista) que se produjeron durante la tarde y, puedo decir que tuve momentos de euforia pero, en esencia, y en ese momento reflexivo, crítico-constructivo, que vivo, sentí que faltaba algo. Faltaba calor, faltaba naturalidad, faltaba alma. 

En la cena compartí mis sensaciones, siempre personales, con los amigos que estuvimos. Casi todos tenían sensaciones parecidas; tal vez porque casi todos éramos y somos de esos que ya hemos vivido varias y variadas Conferencias Políticas. Hemos perdido poder, y se nota, pero siempre se puede recuperar. Si perdemos el 'alma', es difícil volver a encontrar.

El caso es que el sábado me desperté pensando que cambiaba mi mañana mitinera (clausura de la conferencia), por un cielo azul, campo rojizo y familia minayera. Así que eso hicimos, muy acertadamente, marchar a Minaya.

Y en Minaya he vuelto a sentirme. En Minaya he recuperado una semana que ha sido ciertamente extraña. Una semana con fantásticos instantes, pero también con excesos de reflexión que he ido dejando anotados por estos lugares.

Así que estos dos días en Minaya me han equilibrado. 

Familia y tranquilidad en equilibrio. Ayer tarde, por ejemplo, vivimos uno de esos momentos impagables. De esos que no tienen precio y te los encuentras sin querer, sin organizar ni preparar. Ayer tarde tuve una fantástica sesión running, por esos caminos nuestros, mientras el sol se escondía, con dos personas que quiero y forman parte fundamental de mi vida: mi hermano Juan y mi primo Clemente. Una coincidencia de esas que te encuentras y que no aprovecharla hubiera servido para arrepentirnos por estúpidos.

A las 20.15 h, mientras el sol se ponía más allá del campo infinito, zancada a zancada, sonrisa a sonrisa, nos marcamos 12.5 km en algo más de una hora repleta de sacrificado placer. A un ritmo tranquilo pero atento, conseguimos sentir el calor de nuestra tierra, mientras el cielo se iba apagando, para ofrecer ese baile de estrellas que sólo en este lugar se puede ver.


Sólo en momentos así, sumados al calor de estar juntos toda la familia, te das cuenta de que poco más merece la pena en la vida.

Reconozcamos que hay tiempos para todo y que cuando uno abraza estas épocas de julio, lo que más va buscando es la sombra de la paz y la tranquilidad.

Mis tiempos se me hacen cortos en Minaya. Tan cortos que a veces pasa el día y cuando cae la noche deseo no dormir para aprovechar más las horas. Las horas se van como la vida, porque no es tiempo sino vida lo que vamos dejando atrás cada instante.

Dejo aquí esta semana tan extraña, tan feliz, como devota, mística y poética. He ido pasando por diferentes emociones sin darme cuenta de que ha llegado a su fin.

Y por cierto, me pienso hacer ahora mismo una ensalada con los primeros tomates y pepinos del huerto...

Vamos a por otra.

Comentarios

Por si te interesa...

Padre Nuestro en Hebreo

Cinco maneras de organizar un libro de poemas.

Diario de un Estoico II. La posibilidad de lo imposible. Semana 30