Olas de Verano XI: corriendo entre libros.

En este verano de agosto que, puedo decir, acaba tan bien como comenzó, he tratado de desenchufar mentalmente de todo aquello que me ocasiona desequilibrios mentales, que lo seguirá haciendo el resto del año, y centrarme un poco más en lo importante, en lo que voy abandonando pero que realmente es lo que más me enriquece y equilibra como, por ejemplo, la belleza de la filosofía, la buena literatura y el arte. 

Todo requiere su tiempo y sus momentos; cada cosa requiere un estado mental y emocional. Es complicado leer un poema con prisas; es difícil escribir un texto, unos versos, si el teléfono no para de sonar. Leer un libro requiere silencio, soledad. Sólo estos días invitan a ese caminar, ese reposo, esa soledad que se busca con el aliento del que encuentra un tesoro.

Y hablando de tesoros, de literatura, el otro día, cuando el constipado no había llamado a la puerta de mi cuerpo, mientras corría por el camino que une Guardamar del Segura con Campomar y la Playa del Moncayo, me topé con uno de esos tesoros que, en forma de iniciativa literaria, dejan por ahí, anónimos bohemios amantes de los libros.



Como si de un oasis se tratara, cercano a un camping y pegado al vallado de un huerto, uno de esos rincones donde los libros son protagonistas.

A modo de rústico palomar, una caja de madera colocada sobre unos bloques de cemento y un plástico como para hacer de cortina y resguardar del sol y la lluvia esas páginas descarriadas. Una pequeña, minúscula biblioteca, como si de una capilla se tratara, dónde tomar prestado un libro y dejar otro. Una iniciativa literaria popular fantástica, poética que merece la máxima difusión y aplauso.



Correr entre el mar y el campo, si la salud lo permite, es una de esas actividades veraniegas a las que no renuncio. Descubrir un rincón así, sorprendido en el silencio de la noche que avanza, es suficiente como para mirar el cielo y dar gracias a Ese Eterno que no deja de provocarnos instantes de felicidad.

Por cierto, que he hecho mi pequeña aportación con unos volúmenes de mi biblioteca de playa. Menos es nada pero espero que, el año próximo, este rincón ocupe toda la pared.

Pero no ha sido la única iniciativa literaria que he descubierto este verano. En un pueblo de Burgos, Quintanalara, con 33 vecinos censados de los cuales sólo 9 viven todo el año, ha conseguido un reto que se propuso el pasado octubre: construir una gran biblioteca abierta las 24 horas los 365 días del año. Calculaban que en las estanterías del Potro, el local municipal acondicionado para Entrelibros, cabrían unos 10.000 volúmenes. Lo que no esperaban era recibir 6.000 más.

La mayor parte de las donaciones son de particulares, gente que hereda la biblioteca de sus padres y no sabe qué hacer con ella, gente que da seis o siete de su biblioteca particular... 

El boca a boca, sobre todo a través de las redes sociales, ha terminado involucrando en el proyecto a instituciones, públicas y privadas, enamoradas de la iniciativa de este pequeño pueblo de la comarca de Lara.

La idea de Entrelibros no es funcionar como una biblioteca al uso, donde uno toma prestado un libro y, después de leerlo, lo devuelve. Su objetivo es convertirse en lugar de intercambio: me llevo un libro y dejo otro mío. Por eso, se han integrado en la red española de bookcrossing en Internet, donde tienen registrados hasta ahora 325 títulos. 

Aunque Internet sea una herramienta poderosísima para sacar a una pequeña comunidad del anonimato, lo que quieren los vecinos de este pueblo de Burgos es que los lectores acudan, en persona, a conocer su biblioteca. 

En un futuro, su pequeño templo de la literatura busca convertirse, además, en un punto de encuentro cultural, con presentaciones de libros y actividades. 

Entre tanto desorden social y mental; entre tantas prisas y tanto malestar; entre tanto comediante de la vida o cazadores de bichos virtuales; el libro termina por vencer y convencer.

Más iniciativas literarias como estas, sin duda nos haría a todos mucho mejores personas y ciudadanos.

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