26.11.2015... Vivir y escribir a un tiempo...!

De la oscuridad de la noche al día, tan solo unos kilómetros. Coger el tren en Getafe de noche y sales de esa cueva artificial a la superficie y la luz te sorprende como despertando al día.

En la plaza se amontonan las gentes, caminan con prisa hacia uno y otro lado. Largas colas en las aceras señalan las diferentes paradas de autobús. 


Posiblemente mi primera decisión del día siempre sea elegir si recorrer los tres kilómetros y medio que me separan de la oficina caminando, o hacerlo en autobús. Todavía, en estas fechas, vence el caminar; el clima lo permite. 



Comienzo a andar las calles, con pasos largos y rítmicos mientras el sol sube marcándome el compás de la jornada. 

Primero esa cuesta inclinada, donde los críos con sus pesadas mochilas a la espalda, lentos, cansinos, se dirigen a las puertas del instituto. Los vehículos rugen marcando su territorio como leones en la selva.

Siempre prefiero desviarme por el parque, ajeno al recorrido más corto. Contemplar el espejo del lago, reflejando un cielo limpio y amarillo de sol, dar los buenos días a la naturaleza mientras respiro algo de vida.

Caminar en la indolente mañana, entre montones de hojas otoñales caídas en el suelo o esas ramas que quedan desperdigadas en los caminos menos transitados. Cientos de pájaros cantan a todos los que cruzamos bajo ellos. 

Varios corredores me cruzan, otros me adelantan, dejándose el sudor zancada a zancada.

Salgo del parque por el norte. Me adentro en esa calle infinita que ahora se llena de unos y otros, trabajadores y estudiantes, que van y vienen, algunos sonámbulos, otros ajenos a esos interminables escaparates que visten esta acera que, tras unas horas, serán enjambres de turismo y consumo.

Un barrendero ennoblece el paisaje urbano con su presencia mientras limpia, con elegancia, esos portales que habitan nobles, empresarios y algún que otro artista. 

Y llego al café, como cada día, bajo la oficina. Los mismos a la misma hora. Sentado, leo la prensa y veo que el viento alborota los abrigos y vestidos, los peinados y bolsos.


Mi día comienza así, y tan feliz.

Tan feliz porque estoy en Madrid, en casa. Llevo unas semanas de arriba a abajo, de tren en tren, de ciudad en ciudad. Ourense, Barcelona y, anoche, regresé de Málaga. Actividades importantes, gestes fantásticas, pero llega uno a cansar. Cansar porque no tienes tiempo de nada, porque no paras, porque ni siquiera piensas y porque te excedes más de lo debido.

Vuelves a casa y parece se enciende la poesía.



Escribir. Cuando estoy fuera no escribo más que en el viaje de ida, en el tren. La vuelta suelo venir medio dormido, cansado, adherido al asiento sin mover ni el brazo. Hasta eso echo de menos en estas semanas.

Leo un post de Virginia Galvin en el que define lo que para ella es escribir:  "Ser escritor es poder delirar sin que te encierren."  


Qué razón, qué preciosa definición. Eso es escribir. Escribir es poder vomitar lo que te plazca, importándote un bledo quién lo lea, desahogando tus miserias, sin que te puedan encerrar por ello. Y qué a gusto, sinceramente, se queda uno.

En este viaje a Málaga comencé a leer el último volumen de los diarios de Salvador Pániker. Lo titula 'Diario del anciano averiado'.

Me gusta muchísimo Salvador Pániker. Es una especie de filósofo, sabio, místico y gentleman vividor. Disfruto leyendo sus diarios, sus idas y venidas, sus ideas, sus pensamientos que ya, a cierta edad, no tiene tapujos en hacer públicos. Uno escribe así cuando ya no le importa nada, cuando está por encima de todo.

"quien escribe, actúa, crea o, en general, se interesa por las cosas -olvidándose de sí mismo-, no es uno sino lo absoluto que le posee a uno."

Y realmente es así. Creo que son los años los que nos van obligando a dejar escrito lo que pensamos, lo que sentimos. No todo el mundo lo hace. No todos los que lo hacemos lo hacemos bien. Pero es algo que recomiendo siempre. Escribir. Dedicar un tiempo, como ahora, como en esta noche, a encontrarte, a obligarte a reflexionar sobre el día y escribir, dejar, aquello que consideras.

Hoy he tenido una mañana tranquila. Lo necesitaba. Luego he almorzado con algunas personas que no conocía, a su vez conocidos del que conocía. Resulta asombroso escuchar ciertas experiencias de la vida de las personas. La gente tiene necesidad de hablar, de que le escuchen, de contar parte de esa vida que saben acaba. Comienzan a reconocer sus fracasos y casi nunca se acuerdan de sus muchas victorias.

A veces me gustaría dejar por aquí algunas de esas historias que me cuentan, pero entonces no sería mi cuaderno, sería el cuaderno de otros.

Dice Pániker, Salvador, que "un diario intenta resolver la ecuación entre literatura y vida, captar a ésta en el momento en que brota. Un diario trabaja con el tiempo real, más acá del tiempo artificial de la novela. Hay buenos escritores que no han vivido. (...) Yo, modestamente, he intentado vivir y escribir a un tiempo."

Vivir y escribir a un tiempo... poético.

Comentarios

  1. El problema del diario es que, si es para uno mismo, se cuida algo menos. Pero si uno sabe que va a ser publicado, lo mejora, pero también pierde algo de sinceridad (o quizá mucho).. Este es el enigma de la literatura. Pero, desde luego, mejor un mal diario que una excelente novela.
    La gran ventaja del diario es que transforma la realidad. No se ve tu mundo igual cuando llevas un diario. Creo que el diario suele acompañar momentos de gran agitación interior, pero se deja a un lado cuando nos lanzamos con gusto a la batalla exterior. Cuando ésta decepciona, volvemos a escribir. Es una especie de sístole y diástole (bueno, José Luis, tú eres de dinamo contínua, es verdad).
    Última reflexión: el diario tiene algo de construcción adolescente. En efecto, es un instrumento en el cual uno cree que puede controlar el caudal de porquería interior. Con los años, te das cuenta de que es inabarcable y, por tanto, pierde algo de confianza en la potencia creadora del instrumento (que sigue subsistiendo, aunque menos afilada).

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