26.07.2015... Llegar del pueblo y Galvín-izado.

Uno llega del pueblo a Madrid y, al abrir la puerta del coche y bajar, escupe esa sensación de haber vuelto a la torturosa emoción de la prisa y el triturador de buenas sensaciones.

Es una percepción que se produce una y otra vez, cada vez que volvemos y sentimos esa nostalgia y entonces deseamos llegar a la cocina con los tomates del huerto, recién cogidos, que traen todavía, impregnado ese olor a tierra manchega.

Es realmente curioso, sensacional, cómo consigo recargarme en ese rincón de nada, que es el pueblo de Minaya, pero de mucho para aquellos que lo sentimos. 

El viernes escribía por aquí algunas reflexiones nocturnas, que derivan de estar en la simplicidad de perder la mirada en las estrellas. Simplemente eso. No sé, puede que sean los años, tal vez los cansancios o las propias miserias que acompañan las semanas, pero reconozco encontrar mi equilibrio en ese lugar, en mi pueblo.






Salir a correr por sus caminos, rebuscar los nuevos tomates en ese huerto, que más parece una selva de hortalizas poblada de lagartijas, que corretean en chancletas al verse sorprendidas por mis pisadas. El café dónde Alejo, rodeado de esos paisanos que miran al entrar pero será al salir cuando vuelvan a comentar si eres de tal o cual familia. Las calles que tantas veces has pisado y correteado desde pequeño, el olor a pan del horno; esos 'viejos' que van quedando y que todavía, incluso con estas temperaturas, salen apoyados en la garrota a las esquinas para entretener su vista con el pasar de unos y otros.

Los pueblos se han convertido en un lugar privilegiado, casi de culto. Los muchos que lo abandonaron ahora lo echan de menos, los que viven en él habitualmente no valoran en exceso lo que tienen, otros vuelven cada vez que pueden por esa necesidad que los años nos genera de encontrarnos con lo nuestro y los que no lo tienen desearían tener uno, su pueblo.

Es en el pueblo, sentado en el porche, entre un vino, el cielo y algunos libros, dónde me encuentro y soy capaz de tocar lo que verdaderamente importa. No hace falta tanto para saber lo que de verdad llena nuestras vidas. Tal vez, lo más difícil que me ocupa en estos momentos sea eso, aprender a librarme de tantas ataduras y vivir lo que quede con eso, con lo importante.

¿Por qué parece que al abrir esa puerta del coche, al llegar aquí, sentimos nostalgia de aquello que tampoco es tan difícil? Huimos de la reinvención, aunque sabemos que supondrá ese estado de éxito vital que no es más que hacer lo que verdaderamente deseamos y dejar de hacer lo que otros desean que hagamos.

Es lo que uno va sintiendo en estos calores que piden más descanso.

Y voy a terminar, por qué no escribirlo, con una recomendación literaria. En estos días me he escapado de otros libros y he leído el de Virginia Galvín de tirón. El otro día escribí algo por aquí, pero no tenía en mis manos el libro. 

Entre trenes a Barcelona, algún prosaico gintonic y mi pueblo, he degustado con sumo placer sus opiniones, reflexiones o filosofías, junto con historias varias y variadas, de su vida.

El libro 'La vida en cinco minutos' que edita con gusto Círculo de Tiza, no deja de ser un diario. Un diario en el que no aparecen momentos personales de la vida de la autora, pero sí pensamientos y situaciones, los que ella va dejando en su blog, que nos permiten conocer un poco más del día a día, de esta periodista de cierta elegancia femenina, que no feminista.
Sinceramente creo que Virginia Galvín es una escritora femenina y, sin duda, eso me gusta y de seguro gustará a cada lector que se encuentre con estas páginas. 

¿Difiere la escritura femenina de la masculina? Desde mi punto de vista sí. La elegancia y, si cabe, la ternura gramatical a la hora de contar los hechos, el humor y desenfado con el que se afrontan situaciones sin llegar a lo vulgar.

Me ha gustado mucho el libro y lo recomiendo.

El lector de diarios suele ser exigente. Quiere siempre saber más allá de lo que se escribe, quiere saber lo que se siente y piensa. Por eso los diarios aburridos son aquellos en los que sólo se escribe lo cotidiano, lo que se hace o deshace, lo que se ve. 
Prefiero esos diarios (soy lector de diarios)en los que se escribe eso que nadie ve: lo que se piensa, se siente. 

Virginia deja en esta primera parte de sus diarios , ahora publicados (sé y exijo más partes aunque yo ya, desde la semana pasada, soy asiduo a su blog), citas, pensamientos y reflexiones memorables. 

Por la temática de mi entrada de hoy, en este rincón mío, voy a dejar el siguiente:

"... confieso que añoro el pueblo que no tengo. Mi casita con un patio pequeño ensombrecido por un magnolio o un laurel. Una manguera para refrescar las horas de canícula. Un nido de gorriones entre las tejas vetustas y ennoblecidas de verdín; una mesita breve y un bancal de madera."

Pues sí, en estos momentos, en este calor diferente de Madrid, yo añoro ese pueblo del que he venido y que me guarda siempre. 

Feliz noche.

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